Retos vanguardistas: enamoramiento tecnológico

Retos vanguardistas: enamoramiento tecnológico

Ilustración por Broux, P.

¿Cómo enamorarnos apropiadamente de la tecnología? ¿Estamos listos para eliminar el sesgo de un fanatismo armoniosamente creado? ¿Ser competitivos y enamoradizos resulta tan contradictorio?

Sabemos que las tecnologías, en general, han transformado generaciones completas: alteran nuestra manera de pensar y actuar. Desde la Revolución Industrial, hito histórico y representativo del paso del trabajo manual al trabajo mecánico, se han hecho visibles las cruciales transformaciones en los procesos industriales y, además, se han hecho patentes fenómenos fundamentales a nivel social, cultural y comportamental que no suelen ser muy nombrados pero, que es importante considerar.

Durante décadas, hemos elogiado y avalado la tecnología como un dios apoteósico que nació para solucionar cualquier necesidad cotidiana, científica y cultural; en la actualidad, y teniendo en cuenta ese elogio exacerbado y fanático por la tecnología, podemos también llegar a pensar que hay inmerso un poder de transformación educativa y cultural en la tecnología.

Nuestra relación con la tecnología tiene la forma de una lucha constante: la tecnología es a la vez una fiel aliada y una constante competencia: por supuesto, celulares, computadores y software han hecho de nuestra vida una más saludable, tranquila y conectada; per a la vez nos ha hecho más inactivos y dependientes ¿Somos siquiera consientes del reto cultural, educativo y social que nos traza el auge tecnológico? ¿Cómo ser realistas — y no abiertamente optimistas o pesimistas — en cuanto a la tecnología? Analicemos algunos puntos.

Con el surgimiento de la máquina y de los procesos de automatización que se han venido desarrollando con mayor potencia desde hace más de un siglo, y que hoy son las fuente, por ejemplo, de avances corporales como los relacionados con la biónica, la biomimética o el transhumanismo, la ideología misma de nuestro tiempo parece trazar el camino del reemplazo del cuerpo humano, para que inteligencias artificiales y bots de servicio ejecuten diferentes tareas de manera autónoma y más efectiva, con un índice menor de errores y garantizando un tiempo de producción casi que perfecto; hasta este punto seremos los elogiadores más grandes de la tecnología y, de seguro, nos seguirá enamorando su transformación, la construcción de máquinas casi que perfectas. Nuestro tiempo es el tiempo del romanticismo tecnológico: estamos enamorados de marcas, máquinas e innovaciones tecnológicas.

Sin embargo, como pasa en todo romance y en toda relación simbiótica, llega un punto en el que se omiten las transformaciones reales del cuadro pintoresco entre hombre y máquina; todo lo relacionado con la tecnología se disfraza con los conceptos de evolución y de innovación: se enarbola la bandera de las máquina, se omite el proceso de reflexión, construcción, aplicación y materialización de los recursos humanos — nuestra mente y nuestro cuerpo — .

Estos elementos, mente y cuerpo, por supuesto, complementan el funcionamiento de la máquina y hacen posibles sus ejecuciones ¿Qué sería de la máquina sin el humano? ¿Qué pasaría si en lugar de elogiar la máquina se elogiara el proceso y la metodología de su producción?

¿Existe un problema real en el hecho de estar enamorados de la tecnología si tenemos en cuenta que este enamoramiento opaca el trabajo del ser humano y conlleva retos culturales, educativos y sociales que, aparentemente, no podemos asumir? La respuesta es no. No hay problema alguno, en ese sentido, podemos enamorarnos todo lo que queramos.

El problema real viene en pequeñas dosis de competencia entre humanos y máquinas, sesgadas por el enamoramiento, y que poco permiten reconocer la estructura mental, racional y creativa del recurso humano detrás de la máquina, es allí donde tenemos un gran reto que al parecer no hemos querido asumir. Evidentemente, la tecnología como competencia generalizada remite a factores poco agradables que se reflejan principalmente en el desempleo: el viejo pero actual dilema de la máquina que reemplaza al humano en los centros de trabajo. Sin embargo, el avance tecnológico también trae consigo un cambio que pocos nos hemos atrevido a asumir: la transformación educativa que conlleva. Colocarnos a la vanguardia tecnológica y abrir campos frente a los procesos formativos técnicos y tecnológicos que den respuesta al mando y no al reemplazo permite que ese sesgo de enamoramiento sea invertido y nos capacite en asumir el control de la máquina para beneficio mutuo y no para la esclavitud eterna, como algunas relaciones denominadas “tóxicas”.